Fiesta de los Niños de San Vicente

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                  Fiesta- Niños – Tradicion – Valores – Futuro.

Historia de la Fiesta y de la Asociación.

Imagenes

ORÍGENES

Entre las fiestas religioso-populares, que anualmente dedica la ciudad de Valencia a San Vicente Ferrer, descuella, tanto por lo poética y tierna, como por su origen y antigüedad, la procesión que todos los años celebraba el lunes, segundo día de la Pascua de Pentecostés, y actualmente el primer lunes del mes de Junio, LA FIESTA DE LOS NIÑOS DE SAN VICENTE, en el trayecto que se inicia en la iglesia de Santa Catalina y San Agustín (popularmente conocida como “Iglesia de San Agustín”) y transcurre por diversas calles adyacentes, hasta finalizar con la entronización de la imagen del Santo en el altar situado en la calle En Sanz, en su confluencia con la calle San Vicente Mártir, siendo conocida, desde tiempos inmemoriales, esta procesión con el gráfico nombre «dels cagonets», por tomar parte en ella gran número de niñas y niños de muy corta edad.

Como queda dicho, la fiesta se celebraba el lunes segundo día de la Pascua de Pentecostés, que es fecha variable en la Iglesia, por lo que al constituirse en parroquia la mencionada iglesia de San Agustín, tuvo que darse preferencia a todo acto del culto religioso que celebrase su Clero; como quiera que dicha parroquia celebraba la fiesta y novenario de Santa Rita, que tiene fecha fija, ello dio ocasión a que algunos años nuestra fiesta coincidiera con la fecha o novenario de dicha Santa, dando lugar a varios inconvenientes.


Por dicha causa, la Junta Directiva de entonces tomó el acuerdo de celebrar la fiesta religiosa, de iglesia, el primer domingo de junio, y la simpática procesión al día siguiente, lunes, ya que estas fechas, generalmente, quedaban libres de otras celebraciones.


El objeto de esta antiquísima fiesta es el de perpetuar el recuerdo del primer sitio que ocupó la simpática institución denominada COLEGIO DE NIÑOS HUÉRFANOS DE SAN VICENTE FERRER, cuyo origen hay que buscarlo en la congregación de BEGUINES, según afirman los historiadores Escaplés, Jaume Roig, Vidal, Boix, Marqués de Cruilles, Camila Calderón, así como otros escritores valencianos. La palabra «Beguín» es alemana y corresponde a la castellana «Beato».
En el año 1170, según Ramírez de Luque, el venerable Lamberto de Begues, llamado «el tartamudo», piadoso y excelente presbítero de Lieja, fundó la célebre congregación de DONCELLAS SEGLARES para vivir en común con votos simples de obediencia y caridad temporales, la cual fue conocida bajo el sobrenombre de su fundador y llamada de las «Beguinas», extendiéndose por Flandes, Alemania y Francia.


Las congregaciones iniciadas para mujeres lo fueron también por hombres, pero debe diferenciárseles de los de la clase y condición de aquellos de que hubo cierta orden dimanada de la de San Francisco, y la componían seglares que también se llamaban Beguines, Birocos, Bigardos o Fraticelos, según cada país, y tuvo principio en Provenza, en tiempos de Nicolás IV, años de 1288 a 1292, siendo extinguida por Juan XXII en Avignon por Bula de 30 de diciembre de 1317, según expresa Diago.


Ramón Guillén Catalá, vecino de Valencia, por su codicilo otorgado en Valencia, autorizado por Andrés Espigol, en 1 de marzo de 1334, legó una casa situada en la calle de San Vicente, frente a lo que era el convento de San Agustín, para hospital de los ermitaños que por allí se albergaban en diferentes ermitas, en cuya casa se guarecían cuando enfermaban y donde había renta para el caso y para los enfermeros que los cuidaban, cuyos ermitaños se llamaban HOMBRES DE PENITENCIA o Beguines, y el hospital de SANTA MARÍA.


Con el nombre de Beguines se comprendieron los varones reunidos en congregación, bajo alguna de las reglas de las Terceras Órdenes, o de penitencia, que había en algunos institutos religiosos.
Según esta función, instituyeron los Beguines su casa, que situaron frente a la iglesia de San Agustín, en el mismo punto que posteriormente ocupaba la fundación primitiva valenciana, según lo afirma el Marqués de Cruilles, y Escaplés indica que hacía esquina a la calle que iba al Colegio de San Pablo, actualmente transformado en instituto de Segunda Enseñanza, cuya casa estaba situada en el lugar de los números 72/73 actuales de la calle de San Vicente, y frente a lo que era el Colegio de las Madres Escolapias. Jaume Roig menciona la casa de los Beguines en su llibre de Consell, donde dice:

«Al Bovalar
dels Agustins
entre els Beguins
e Sanct Fransés.»

El cobertizo que existía sobre la calle que va a San Pablo, que se denominaba calle del cobertizo de San Pablo, demostraba la existencia de la casa de los Beguines, pues en el Libro de Actas número 45, de 28 de mayo de 1484, concedieron los Magníficos Jurados a doña Leonor de Próxida, condesa viuda de Anverse, que pudiera hacer bóveda de treinta y ocho palmos desde su casa hacia la parte del Hospital de Beguines y elevar la pared cuanto fuera necesario, empero sin poder sacar luces sobre dicho Hospital y pagando a éste la pared sobre la que se apoyase, de manera que no impidiese el libre tránsito.


De la existencia de dicha casa de Beguines y del Patronato de los Jurados de esta ciudad, dan evidente prueba las deliberaciones de éstos de los años 1446, 1570 y 1578, y otras muchas más que podrían citarse.


En 1410, San Vicente Ferrer, por su celo apostólico, utilizó la existencia de los Beguines, instituto tan análogo a sus propósitos, haciéndoles abrazar la regla de la Tercera Orden de Santo Domingo; así se comprende cómo los Jurados mandaron vestir de paño burdo a muchos hombres que seguían al Santo en sus predicaciones, según afirma Diago.


San Vicente Ferrer no fundó la Cofradía de los Beguines, pero sí la organizó, ya que formaba el núcleo de sus procesiones disciplinantes.


Por aquel entonces, las calles estaban llenas de moriscos, huérfanos errantes, abandonados según costumbre general a la caridad de los cristianos, y el Santo aconsejó a los Beguines que se ocuparan de ellos. Con un hombre de su temple, del consejo a la ejecución no había más que un paso. Según Escaplés, en el año 1312 se alquiló en la calle de San Vicente, frente al convento de San Agustín, una casa en la que fueron recogidos los moriscos y huérfanos, confiándose las niñas a mujeres devotas y vistiéndolos a todos con el hábito de dominico, como se calcaron sobre reglas dominicas su régimen y los detalles de su vida. Para arbitrar recursos iban los niños en procesión la víspera de la fiesta del Santo, cantando los gozos de San Vicente y postulando para sus hijos adoptivos.


El privilegio de Don Juan I, dado en Valencia a 3 de abril de 1394, hace ya particular mención de los Beguines, expresando que en la casa de éstos eran asistidos los penitentes en los días de Jueves y Viernes Santo. Como esto alude al tiempo en que San Vicente Ferrer excitaba el celo para este género de congregaciones de penitencia, se infiere que los Beguines asistían a ella con el traje que usaban, consistente, según Orellana, en un sayo talar oscuro, con un cuello o valona, y después de muerto y canonizado el Santo, llevaban al costado izquierdo un escudo de metal con la imagen de aquél, de medio relieve.


La prohibición de los disciplinantes por abusos introducidos, fue acordada en el Sínodo Provincial, celebrado por el arzobispo don Martín de Ayala, en 1666.


A pesar de esta prohibición continuaron todavía algunos devotos haciendo públicas demostraciones de penitencia en las procesiones de Viernes Santo, hasta que el arzobispo don Andrés Mayoral volvió a prohibir estas excentricidades, cesando, por consiguiente, en 31 de marzo de 1763, confirmando esa disposición una real orden de 20 de febrero de 1777.


A los Beguines, que desaparecieron por efectos de las guerras, sucedió una cofradía llamada con propiedad DE LOS HUÉRFANOS DE SAN VICENTE FERRER, a la que en 1540 dio gran impulso un sacerdote celoso de su deber, mosén Palanca. A petición suya, un cura de Valencia, Bernardo Simón, presidente de la Cofradía, redactó unas capitulaciones a las que el notario Jerónimo Llovera dio el valor de documento público, las cuales fueron aprobadas por el virrey don Francisco de Aragón, por el Vicario general de la diócesis y por el Consejo Municipal. Carlos V, por carta fechada en Bruselas el 30 de abril de 1549, le concedió ciertos privilegios a la Cofradía. Dicha Cofradía seguía la idea que presidió a su formación, y además, cada viernes, todos los cofrades debían dar una cantidad para los huérfanos, celebrándose su fiesta el día del Niño Jesús perdido. Más adelante, el Consejo Municipal aceptó el patronato de este Colegio e hizo colocar sobre la puerta del mismo las armas de la ciudad.


A la larga, los miembros de la Cofradía se cansaron de esta contribución semanal y Felipe II, por carta fechada en Madrid el 14 de mayo de 1593, la declaró disuelta y creó en su lugar una Comisión formada por tres miembros: un Jurado de la Ciudad, un individuo del Cabildo y el director del Hospital, adoptándose para los niños un nuevo traje oscuro capuchino con la imagen de San Vicente Ferrer sobre una placa de latón. Este traje estaba menos expuesto a ensuciarse, pero como los dominicos se quejaron de que no quedase nada de San Vicente Ferrer, ya que los niños perdían con frecuencia las medallas, se volvió a adoptar el hábito blanco y negro. Una bula de Urbano VIII del año 1622 confirmó la institución.


En  1624, en tiempo del patriarca Juan de Ribera, se hizo extensivo a todos los huérfanos indistintamente y se trasladó de la calle de San Vicente a la casa que ocuparon durante muchos años en la entonces denominada calle Sagasta. No hay duda alguna sobre la regularidad de sucesión; estos niños siempre se han llamado CHIQUETS DE SANT VISENT. Las cartas reales designan expresamente el Colegio fundado por el glorioso San Vicente Ferrer, y como recuerdo del primer sitio de la institución surgió la procesión denominada FIESTA DE LOS NIÑOS DE LA CALLE DE SAN VICENTE.


Cuando faltaron los Beguines, quedaron en su Casa – Hospital de Santa María dos imágenes: una la del Santo Cristo de la Penitencia, que fue trasladada luego al Colegio de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer, o sea, al domicilio que existía en lo que era la calle de Sagasta, y la otra, la de Nuestra Señora, que se denominaba de los NIÑOS PERDIDOS, que recogieron los religiosos agustinos descalzos, fue trasladada posteriormente a la villa de Caudiel, en cuya iglesia se venera bajo la advocación del NIÑO PERDIDO y que, sin ninguna clase de dudas, es la misma que tuvieron los Beguines desde 1334, y que hablaba familiarmente a Vicente Ferrer y que él dejó allí como protectora de sus hijos.


En las fiestas del Centenario de la Conquista, correspondiendo al siglo XVIII, el nuevo propietario de la citada casa, que fue de los Beguines primero y de los niños huérfanos después, exornó la frontera con historias pintadas alusivas al destino que tuvo antes este edificio, aunque no hizo de ello mención al cronista P. Serrano. También se predicó otro tanto en otras fiestas del mismo año 1738, en las celebradas por la proclamación de Fernando VI en 1745 y en las de Carlos III en 1759.
El Ayuntamiento de Valencia acostumbraba a dar a los Beguines la cantidad de 75 sueldos anuales a título de colación de Jueves Santo, la que parece que aún se dio en el año 1551, pero no ya en los siguientes, y entre las cartas misivas de 1579 hay una dirigida por los Jurados al canónigo deán Pedro Blasco y a micer Pedro Juan Andreu, residente en Roma, que dice así:
«Como Jurados de esta ciudad somos también administradores de una cofradía bajo el nombre e invocación del bienaventurado San Vicente Ferrer, hijo, patrón y protector de esta ciudad, donde se recogen los niños y niñas huérfanos, dándoles vivienda.»


Es probable que esta Cofradía no se instituyese hasta después de canonizado el Santo, que lo fue en 29 de junio de 1455, y la más remota fecha en que aparece es en 17 de noviembre de 1480, donde por deliberación de dicho día consta que para las exequias de la reina doña Ana fue convocada y asistió la COFRADÍA DELS CHICS DE SANT VOSENT FERRER.


Por otra de 9 de abril de 1575 se mandó construir una sepultura para enterrar a los niños vulgarmente llamados de San Vicente Ferrer.


En carta de 27 de abril de 1584 se dice, hablando de esta casa de los Beguines, que se recogieron en ella a los niños y niñas huérfanos que andaban perdidos por la ciudad, y los Jurados les favorecían, pues en 30 de abril de 1580 se asignaron 25 libras para vestir ocho huérfanos de dicha casa, y repitieron lo mismo en el año siguiente. También facilitaron 17 libras para componer un pozo en la misma, con lo que, naturalmente, comenzó a sustituirse el nombre de CASA DE LOS BEGUINES con el de CASA DE LOS NIÑOS DE SAN VICENTE FERRER.


Este fue el origen de la piadosa y benéfica institución que aún hoy se conserva para honra de Valencia y de su santo patrono Vicente Ferrer, cuyos huérfanos permanecieron en su casa, frente al convento de San Agustín, independientes de los extinguidos Beguines, entre los años 1579 y 1624.
En la fachada principal del patio de esta casa había una inscripción que leyó Orellana en 1575. Por alusión a esta memoria se hizo ocupar sus largos balcones a multitud de niños vestidos con el traje de los colegiales, decorando convenientemente la fachada, de donde cantaban coplas y hacían otras demostraciones festivas en el centenario de dicho Santo, celebrado en aquel año, con motivo del tercero de su canonización. La mencionada casa, cuando la dejaron los niños de san Vicente Ferrer, pasó a los Padres Agustinos Descalzos, que pretendía fundar un convento en esta ciudad, según dice Mateu y Sanz. La fundación, sin embargo, no tuvo lugar por la inmediación en que se hallaba la casa convento de San Agustín, que fue muy vigilante en aplicar la prohibición de nuevos conventos, y adquiriéndola por 1.000 libras, mediante escritura ante Pablo Pereda, notario, en 5 de marzo de 1626, se convirtió en tres casas como consta en una sentencia del justicia civil, publicada en 8 de noviembre de 1628.


Habiéndola enajenado, posteriormente, el convento de Agustinos, pasó a dominio de Eusebio Mocholí y Torá, que fue el autor de las demostraciones hechas en ella en 1755 y que la vinculó en su testamento ante don José Burriel, notario, en 12 de noviembre de 1758.
Allí permanecieron los niños huérfanos de San Vicente Ferrer, hasta que el emperador Carlos V, primero de este nombre, rey de España, fundó un colegio para albergar y educar a los hijos de los moriscos convertidos, por lo que aún hoy conserva el nombre de Colegio Imperial, y del que el rey don Felipe IV, en 1609, hizo donación del edificio a favor de aquellos.


Consta que, mientras permanecieron los huérfanos en la antigua Casa – Hospital de los Beguines, celebraban periódicamente algunas procesiones, principalmente por la calle en la que estaba situada la casa, con objeto de implorar limosnas al vecindario para el sostenimiento de la institución y en las que llevaban en andas a su Santo Patrono san Vicente Ferrer.


Para recoger estas limosnas llevaban los colegiales, pendientes del ceñidor de correa de sus túnicas, unos pequeños cepillos de madera, en donde eran depositadas las que recibían en metálico; así se les veía cotidianamente en las iglesias de esta capital, donde a ciertas horas ayudaban a las mismas, costumbre que se conservaba en la Basílica Metropolitana.


Además de estas limosnas, recolectaban otras en todo el Reino; una de las más pingües era la del capullo de seda. Se verificaba por medio de dependientes del Colegio, acompañados de cierto número de niños huérfanos que iban cantando responsorios y gozos del Santo, y para su régimen durante la recolecta y que se conservasen en lo posible las prácticas del Colegio, se dispuso una curiosa instrucción que está impresa en la biblioteca de Mayans; estos pequeñuelos celebraban periódicamente algunas procesiones, llevando en Andas una pequeña imagen del Santo, ceremonia religiosa que vinieron practicando hasta 1624 en que fueron trasladados al Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer, en la conocida calle Sagasta.


ASOCIACIÓN “FIESTA DE LOS NIÑOS DE LA CALLE SAN VICENTE”: SU FUNDACIÓN Y EVOLUCIÓN

Al faltar las procesiones de los niños huérfanos por la calle de San Vicente, y muy especialmente la del segundo día de Pascua de Pentecostés, pensaron algunos vecinos de dicha calle fundar una asociación de niños bajo el patronato de san Vicente Ferrer, lo que llevaron a efecto en el año 1625, bajo la titularidad de FIESTA DE LOS NIÑOS DE LA CALLE DE SAN VICENTE.
Desde aquella fecha esta Asociación ha celebrado anualmente sus fiestas a su Santo Patrono, sin que se recuerde más interrupción que la acontecida en 2020 en que la declaración del estado de alarma, supuso la suspensión, a partir del mes de marzo, de todas las fiestas populares en el territorio del Estado Español, para evitar la propagación de la pandemia del que se denominó “Covid 19”. 


Esta tierna Asociación, sin parangón en el resto de España, antiguamente la componían únicamente niños varones, y la procesión llegaba sólo hasta la iglesia del convento de San Gregorio, o sea, hasta la esquina de la actual calle de la Sangre; hacíase por la mañana, inmediatamente después de terminada la función religiosa que se celebraba anualmente en la iglesia del ex convento de San Agustín. En ella tenía esta Asociación un altar propio dedicado a san Vicente Ferrer, cuya imagen, de preciosa escultura, ocupó algún tiempo la hornacina en lo alto de la primitiva puerta de San Vicente, cuando Valencia estaba amurallada y cuya imagen la coronaba, teniendo entonces empuñada en la mano derecha una gran espada como para defender la ciudad y en la izquierda un gran escudo con las armas de Valencia. Dicha imagen fue quitada de lo alto de aquella puerta en 1808, por temor a que fuese destruida por el bombardeo que sufrió Valencia.


La Asociación ha ido sufriendo modificaciones a lo largo de su dilatada existencia, acordándose en el año 1875 (acta del 19 de mayo de dicho año) que desde el siguiente, 1876, formasen parte de la misma los pequeños de ambos sexos, que se nombrasen cada año ocho Mayorales, cuatro niños y cuatro niñas, y que se prolongara la procesión hasta la plaza llamada entonces de Cajeros y que las medallas de los asociados fueran dotadas con una cinta de color para que fuesen pendientes del cuello. En 1888 se acordó celebrar, ese año y en lo sucesivo, procesión de adultos a las 9 de la noche, para retirar del altar de la calle la imagen del Santo y depositarla en la casa del primer Mayoral hasta el año siguiente; que se contratasen dos bandas de música para que amenizasen la calle durante dos noches, colocándolas en diferentes puntos de aquella a fin de que pudiesen disfrutar de sus acordes todos los vecinos y últimamente que se repartiesen entre los ASOCIADOS bizcochos, cuya costumbre había estado suspendida por espacio de algunos años por epidemias y guerras.


La nota de más carácter de esta tierna e infantil fiesta era la costumbre inmemorial de repartir a todos los Asociados que asistían a la procesión unos pequeños cucuruchos de variados confites, y que les eran entregados al tiempo de devolver la pequeña vela de cera que cada uno de ellos había llevado en la mano durante la procesión. Ésta, como es sabido, formaba y forma un tono abigarrado y especialísimo, por cuanto la mayor parte de los niños que a ella asisten, no pudiendo andar por su pie, van llevados en brazos o de la mano por sus madres, hermanos u otros parientes, dando a la procesión un aspecto poco visto y muy original.


Nuestra Asociación posee la imagen de San Vicente colocada en el precioso retablo del altar dedicado al Santo en la iglesia de San Agustín, cuyo conjunto, retablo e imagen, fue obra del prestigioso escultor don José Justo (hermano del que fue muy querido párroco reverendo don Antonio Justo), costeado en su totalidad por la Fiesta de los Niños de la calle de San Vicente e inaugurado con toda solemnidad el 3 de junio de 1950.


También posee esta Asociación otra imagen de San Vicente, obra del prestigioso escultor Vergara, que anualmente se instalaba en el templete que se levantaba en la calle de En Sanz, y desde tiempo más reciente, en la placeta que forma la Calle de San Vicente en sus números 26 y 28, y que una vez finalizada la fiesta se custodia en la casa del Clavario o Clavariesa del ejercicio.


Especial mención merece la monumental imagen y anda del Santo que preside nuestra procesión anual, cuya belleza y valor artístico puede contemplarse al paso de dicha procesión; esta imagen y anda fueron inauguradas en el año 1951 y fue obra de los magníficos escultores religiosos señores Royo y Rabasa.


Y, por último, poseemos la imagen de San Vicente Niño, que abre la procesión anual, construida en el año 1899, en actitud de enseñar a los niños de su edad la doctrina cristiana; el anda, construida en la misma fecha, posee dos barras, figurando una larga trompeta y un báculo, diseñados, imagen y anda, según boceto del distinguido artista don Federico Rubert, que a la sazón ostentaba el cargo de Presidente de nuestra Asociación, siendo imagen y anda obra del prestigioso escultor, tallista y dorador don José Romero Tena. En su inauguración llamó mucho la atención por su belleza, y que afortunadamente todavía se puede contemplar en las procesiones anuales.

ORÍGENES

Entre las fiestas religioso-populares, que anualmente dedica la ciudad de Valencia a San Vicente Ferrer, descuella, tanto por lo poética y tierna, como por su origen y antigüedad, la procesión que todos los años celebraba el lunes, segundo día de la Pascua de Pentecostés, y actualmente el primer lunes del mes de Junio, LA FIESTA DE LOS NIÑOS DE SAN VICENTE, en el trayecto que se inicia en la iglesia de Santa Catalina y San Agustín (popularmente conocida como “Iglesia de San Agustín”) y transcurre por diversas calles adyacentes, hasta finalizar con la entronización de la imagen del Santo en el altar situado en la calle En Sanz, en su confluencia con la calle San Vicente Mártir, siendo conocida, desde tiempos inmemoriales, esta procesión con el gráfico nombre «dels cagonets», por tomar parte en ella gran número de niñas y niños de muy corta edad.

Como queda dicho, la fiesta se celebraba el lunes segundo día de la Pascua de Pentecostés, que es fecha variable en la Iglesia, por lo que al constituirse en parroquia la mencionada iglesia de San Agustín, tuvo que darse preferencia a todo acto del culto religioso que celebrase su Clero; como quiera que dicha parroquia celebraba la fiesta y novenario de Santa Rita, que tiene fecha fija, ello dio ocasión a que algunos años nuestra fiesta coincidiera con la fecha o novenario de dicha Santa, dando lugar a varios inconvenientes.


Por dicha causa, la Junta Directiva de entonces tomó el acuerdo de celebrar la fiesta religiosa, de iglesia, el primer domingo de junio, y la simpática procesión al día siguiente, lunes, ya que estas fechas, generalmente, quedaban libres de otras celebraciones.


El objeto de esta antiquísima fiesta es el de perpetuar el recuerdo del primer sitio que ocupó la simpática institución denominada COLEGIO DE NIÑOS HUÉRFANOS DE SAN VICENTE FERRER, cuyo origen hay que buscarlo en la congregación de BEGUINES, según afirman los historiadores Escaplés, Jaume Roig, Vidal, Boix, Marqués de Cruilles, Camila Calderón, así como otros escritores valencianos. La palabra «Beguín» es alemana y corresponde a la castellana «Beato».
En el año 1170, según Ramírez de Luque, el venerable Lamberto de Begues, llamado «el tartamudo», piadoso y excelente presbítero de Lieja, fundó la célebre congregación de DONCELLAS SEGLARES para vivir en común con votos simples de obediencia y caridad temporales, la cual fue conocida bajo el sobrenombre de su fundador y llamada de las «Beguinas», extendiéndose por Flandes, Alemania y Francia.


Las congregaciones iniciadas para mujeres lo fueron también por hombres, pero debe diferenciárseles de los de la clase y condición de aquellos de que hubo cierta orden dimanada de la de San Francisco, y la componían seglares que también se llamaban Beguines, Birocos, Bigardos o Fraticelos, según cada país, y tuvo principio en Provenza, en tiempos de Nicolás IV, años de 1288 a 1292, siendo extinguida por Juan XXII en Avignon por Bula de 30 de diciembre de 1317, según expresa Diago.


Ramón Guillén Catalá, vecino de Valencia, por su codicilo otorgado en Valencia, autorizado por Andrés Espigol, en 1 de marzo de 1334, legó una casa situada en la calle de San Vicente, frente a lo que era el convento de San Agustín, para hospital de los ermitaños que por allí se albergaban en diferentes ermitas, en cuya casa se guarecían cuando enfermaban y donde había renta para el caso y para los enfermeros que los cuidaban, cuyos ermitaños se llamaban HOMBRES DE PENITENCIA o Beguines, y el hospital de SANTA MARÍA.


Con el nombre de Beguines se comprendieron los varones reunidos en congregación, bajo alguna de las reglas de las Terceras Órdenes, o de penitencia, que había en algunos institutos religiosos.
Según esta función, instituyeron los Beguines su casa, que situaron frente a la iglesia de San Agustín, en el mismo punto que posteriormente ocupaba la fundación primitiva valenciana, según lo afirma el Marqués de Cruilles, y Escaplés indica que hacía esquina a la calle que iba al Colegio de San Pablo, actualmente transformado en instituto de Segunda Enseñanza, cuya casa estaba situada en el lugar de los números 72/73 actuales de la calle de San Vicente, y frente a lo que era el Colegio de las Madres Escolapias. Jaume Roig menciona la casa de los Beguines en su llibre de Consell, donde dice:

«Al Bovalar
dels Agustins
entre els Beguins
e Sanct Fransés.»

El cobertizo que existía sobre la calle que va a San Pablo, que se denominaba calle del cobertizo de San Pablo, demostraba la existencia de la casa de los Beguines, pues en el Libro de Actas número 45, de 28 de mayo de 1484, concedieron los Magníficos Jurados a doña Leonor de Próxida, condesa viuda de Anverse, que pudiera hacer bóveda de treinta y ocho palmos desde su casa hacia la parte del Hospital de Beguines y elevar la pared cuanto fuera necesario, empero sin poder sacar luces sobre dicho Hospital y pagando a éste la pared sobre la que se apoyase, de manera que no impidiese el libre tránsito.


De la existencia de dicha casa de Beguines y del Patronato de los Jurados de esta ciudad, dan evidente prueba las deliberaciones de éstos de los años 1446, 1570 y 1578, y otras muchas más que podrían citarse.


En 1410, San Vicente Ferrer, por su celo apostólico, utilizó la existencia de los Beguines, instituto tan análogo a sus propósitos, haciéndoles abrazar la regla de la Tercera Orden de Santo Domingo; así se comprende cómo los Jurados mandaron vestir de paño burdo a muchos hombres que seguían al Santo en sus predicaciones, según afirma Diago.


San Vicente Ferrer no fundó la Cofradía de los Beguines, pero sí la organizó, ya que formaba el núcleo de sus procesiones disciplinantes.


Por aquel entonces, las calles estaban llenas de moriscos, huérfanos errantes, abandonados según costumbre general a la caridad de los cristianos, y el Santo aconsejó a los Beguines que se ocuparan de ellos. Con un hombre de su temple, del consejo a la ejecución no había más que un paso. Según Escaplés, en el año 1312 se alquiló en la calle de San Vicente, frente al convento de San Agustín, una casa en la que fueron recogidos los moriscos y huérfanos, confiándose las niñas a mujeres devotas y vistiéndolos a todos con el hábito de dominico, como se calcaron sobre reglas dominicas su régimen y los detalles de su vida. Para arbitrar recursos iban los niños en procesión la víspera de la fiesta del Santo, cantando los gozos de San Vicente y postulando para sus hijos adoptivos.


El privilegio de Don Juan I, dado en Valencia a 3 de abril de 1394, hace ya particular mención de los Beguines, expresando que en la casa de éstos eran asistidos los penitentes en los días de Jueves y Viernes Santo. Como esto alude al tiempo en que San Vicente Ferrer excitaba el celo para este género de congregaciones de penitencia, se infiere que los Beguines asistían a ella con el traje que usaban, consistente, según Orellana, en un sayo talar oscuro, con un cuello o valona, y después de muerto y canonizado el Santo, llevaban al costado izquierdo un escudo de metal con la imagen de aquél, de medio relieve.


La prohibición de los disciplinantes por abusos introducidos, fue acordada en el Sínodo Provincial, celebrado por el arzobispo don Martín de Ayala, en 1666.


A pesar de esta prohibición continuaron todavía algunos devotos haciendo públicas demostraciones de penitencia en las procesiones de Viernes Santo, hasta que el arzobispo don Andrés Mayoral volvió a prohibir estas excentricidades, cesando, por consiguiente, en 31 de marzo de 1763, confirmando esa disposición una real orden de 20 de febrero de 1777.


A los Beguines, que desaparecieron por efectos de las guerras, sucedió una cofradía llamada con propiedad DE LOS HUÉRFANOS DE SAN VICENTE FERRER, a la que en 1540 dio gran impulso un sacerdote celoso de su deber, mosén Palanca. A petición suya, un cura de Valencia, Bernardo Simón, presidente de la Cofradía, redactó unas capitulaciones a las que el notario Jerónimo Llovera dio el valor de documento público, las cuales fueron aprobadas por el virrey don Francisco de Aragón, por el Vicario general de la diócesis y por el Consejo Municipal. Carlos V, por carta fechada en Bruselas el 30 de abril de 1549, le concedió ciertos privilegios a la Cofradía. Dicha Cofradía seguía la idea que presidió a su formación, y además, cada viernes, todos los cofrades debían dar una cantidad para los huérfanos, celebrándose su fiesta el día del Niño Jesús perdido. Más adelante, el Consejo Municipal aceptó el patronato de este Colegio e hizo colocar sobre la puerta del mismo las armas de la ciudad.


A la larga, los miembros de la Cofradía se cansaron de esta contribución semanal y Felipe II, por carta fechada en Madrid el 14 de mayo de 1593, la declaró disuelta y creó en su lugar una Comisión formada por tres miembros: un Jurado de la Ciudad, un individuo del Cabildo y el director del Hospital, adoptándose para los niños un nuevo traje oscuro capuchino con la imagen de San Vicente Ferrer sobre una placa de latón. Este traje estaba menos expuesto a ensuciarse, pero como los dominicos se quejaron de que no quedase nada de San Vicente Ferrer, ya que los niños perdían con frecuencia las medallas, se volvió a adoptar el hábito blanco y negro. Una bula de Urbano VIII del año 1622 confirmó la institución.


En  1624, en tiempo del patriarca Juan de Ribera, se hizo extensivo a todos los huérfanos indistintamente y se trasladó de la calle de San Vicente a la casa que ocuparon durante muchos años en la entonces denominada calle Sagasta. No hay duda alguna sobre la regularidad de sucesión; estos niños siempre se han llamado CHIQUETS DE SANT VISENT. Las cartas reales designan expresamente el Colegio fundado por el glorioso San Vicente Ferrer, y como recuerdo del primer sitio de la institución surgió la procesión denominada FIESTA DE LOS NIÑOS DE LA CALLE DE SAN VICENTE.


Cuando faltaron los Beguines, quedaron en su Casa – Hospital de Santa María dos imágenes: una la del Santo Cristo de la Penitencia, que fue trasladada luego al Colegio de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer, o sea, al domicilio que existía en lo que era la calle de Sagasta, y la otra, la de Nuestra Señora, que se denominaba de los NIÑOS PERDIDOS, que recogieron los religiosos agustinos descalzos, fue trasladada posteriormente a la villa de Caudiel, en cuya iglesia se venera bajo la advocación del NIÑO PERDIDO y que, sin ninguna clase de dudas, es la misma que tuvieron los Beguines desde 1334, y que hablaba familiarmente a Vicente Ferrer y que él dejó allí como protectora de sus hijos.


En las fiestas del Centenario de la Conquista, correspondiendo al siglo XVIII, el nuevo propietario de la citada casa, que fue de los Beguines primero y de los niños huérfanos después, exornó la frontera con historias pintadas alusivas al destino que tuvo antes este edificio, aunque no hizo de ello mención al cronista P. Serrano. También se predicó otro tanto en otras fiestas del mismo año 1738, en las celebradas por la proclamación de Fernando VI en 1745 y en las de Carlos III en 1759.
El Ayuntamiento de Valencia acostumbraba a dar a los Beguines la cantidad de 75 sueldos anuales a título de colación de Jueves Santo, la que parece que aún se dio en el año 1551, pero no ya en los siguientes, y entre las cartas misivas de 1579 hay una dirigida por los Jurados al canónigo deán Pedro Blasco y a micer Pedro Juan Andreu, residente en Roma, que dice así:
«Como Jurados de esta ciudad somos también administradores de una cofradía bajo el nombre e invocación del bienaventurado San Vicente Ferrer, hijo, patrón y protector de esta ciudad, donde se recogen los niños y niñas huérfanos, dándoles vivienda.»


Es probable que esta Cofradía no se instituyese hasta después de canonizado el Santo, que lo fue en 29 de junio de 1455, y la más remota fecha en que aparece es en 17 de noviembre de 1480, donde por deliberación de dicho día consta que para las exequias de la reina doña Ana fue convocada y asistió la COFRADÍA DELS CHICS DE SANT VOSENT FERRER.


Por otra de 9 de abril de 1575 se mandó construir una sepultura para enterrar a los niños vulgarmente llamados de San Vicente Ferrer.


En carta de 27 de abril de 1584 se dice, hablando de esta casa de los Beguines, que se recogieron en ella a los niños y niñas huérfanos que andaban perdidos por la ciudad, y los Jurados les favorecían, pues en 30 de abril de 1580 se asignaron 25 libras para vestir ocho huérfanos de dicha casa, y repitieron lo mismo en el año siguiente. También facilitaron 17 libras para componer un pozo en la misma, con lo que, naturalmente, comenzó a sustituirse el nombre de CASA DE LOS BEGUINES con el de CASA DE LOS NIÑOS DE SAN VICENTE FERRER.


Este fue el origen de la piadosa y benéfica institución que aún hoy se conserva para honra de Valencia y de su santo patrono Vicente Ferrer, cuyos huérfanos permanecieron en su casa, frente al convento de San Agustín, independientes de los extinguidos Beguines, entre los años 1579 y 1624.
En la fachada principal del patio de esta casa había una inscripción que leyó Orellana en 1575. Por alusión a esta memoria se hizo ocupar sus largos balcones a multitud de niños vestidos con el traje de los colegiales, decorando convenientemente la fachada, de donde cantaban coplas y hacían otras demostraciones festivas en el centenario de dicho Santo, celebrado en aquel año, con motivo del tercero de su canonización. La mencionada casa, cuando la dejaron los niños de san Vicente Ferrer, pasó a los Padres Agustinos Descalzos, que pretendía fundar un convento en esta ciudad, según dice Mateu y Sanz. La fundación, sin embargo, no tuvo lugar por la inmediación en que se hallaba la casa convento de San Agustín, que fue muy vigilante en aplicar la prohibición de nuevos conventos, y adquiriéndola por 1.000 libras, mediante escritura ante Pablo Pereda, notario, en 5 de marzo de 1626, se convirtió en tres casas como consta en una sentencia del justicia civil, publicada en 8 de noviembre de 1628.


Habiéndola enajenado, posteriormente, el convento de Agustinos, pasó a dominio de Eusebio Mocholí y Torá, que fue el autor de las demostraciones hechas en ella en 1755 y que la vinculó en su testamento ante don José Burriel, notario, en 12 de noviembre de 1758.
Allí permanecieron los niños huérfanos de San Vicente Ferrer, hasta que el emperador Carlos V, primero de este nombre, rey de España, fundó un colegio para albergar y educar a los hijos de los moriscos convertidos, por lo que aún hoy conserva el nombre de Colegio Imperial, y del que el rey don Felipe IV, en 1609, hizo donación del edificio a favor de aquellos.


Consta que, mientras permanecieron los huérfanos en la antigua Casa – Hospital de los Beguines, celebraban periódicamente algunas procesiones, principalmente por la calle en la que estaba situada la casa, con objeto de implorar limosnas al vecindario para el sostenimiento de la institución y en las que llevaban en andas a su Santo Patrono san Vicente Ferrer.


Para recoger estas limosnas llevaban los colegiales, pendientes del ceñidor de correa de sus túnicas, unos pequeños cepillos de madera, en donde eran depositadas las que recibían en metálico; así se les veía cotidianamente en las iglesias de esta capital, donde a ciertas horas ayudaban a las mismas, costumbre que se conservaba en la Basílica Metropolitana.


Además de estas limosnas, recolectaban otras en todo el Reino; una de las más pingües era la del capullo de seda. Se verificaba por medio de dependientes del Colegio, acompañados de cierto número de niños huérfanos que iban cantando responsorios y gozos del Santo, y para su régimen durante la recolecta y que se conservasen en lo posible las prácticas del Colegio, se dispuso una curiosa instrucción que está impresa en la biblioteca de Mayans; estos pequeñuelos celebraban periódicamente algunas procesiones, llevando en Andas una pequeña imagen del Santo, ceremonia religiosa que vinieron practicando hasta 1624 en que fueron trasladados al Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer, en la conocida calle Sagasta.


ASOCIACIÓN “FIESTA DE LOS NIÑOS DE LA CALLE SAN VICENTE”: SU FUNDACIÓN Y EVOLUCIÓN

Al faltar las procesiones de los niños huérfanos por la calle de San Vicente, y muy especialmente la del segundo día de Pascua de Pentecostés, pensaron algunos vecinos de dicha calle fundar una asociación de niños bajo el patronato de san Vicente Ferrer, lo que llevaron a efecto en el año 1625, bajo la titularidad de FIESTA DE LOS NIÑOS DE LA CALLE DE SAN VICENTE.
Desde aquella fecha esta Asociación ha celebrado anualmente sus fiestas a su Santo Patrono, sin que se recuerde más interrupción que la acontecida en 2020 en que la declaración del estado de alarma, supuso la suspensión, a partir del mes de marzo, de todas las fiestas populares en el territorio del Estado Español, para evitar la propagación de la pandemia del que se denominó “Covid 19”. 


Esta tierna Asociación, sin parangón en el resto de España, antiguamente la componían únicamente niños varones, y la procesión llegaba sólo hasta la iglesia del convento de San Gregorio, o sea, hasta la esquina de la actual calle de la Sangre; hacíase por la mañana, inmediatamente después de terminada la función religiosa que se celebraba anualmente en la iglesia del ex convento de San Agustín. En ella tenía esta Asociación un altar propio dedicado a san Vicente Ferrer, cuya imagen, de preciosa escultura, ocupó algún tiempo la hornacina en lo alto de la primitiva puerta de San Vicente, cuando Valencia estaba amurallada y cuya imagen la coronaba, teniendo entonces empuñada en la mano derecha una gran espada como para defender la ciudad y en la izquierda un gran escudo con las armas de Valencia. Dicha imagen fue quitada de lo alto de aquella puerta en 1808, por temor a que fuese destruida por el bombardeo que sufrió Valencia.


La Asociación ha ido sufriendo modificaciones a lo largo de su dilatada existencia, acordándose en el año 1875 (acta del 19 de mayo de dicho año) que desde el siguiente, 1876, formasen parte de la misma los pequeños de ambos sexos, que se nombrasen cada año ocho Mayorales, cuatro niños y cuatro niñas, y que se prolongara la procesión hasta la plaza llamada entonces de Cajeros y que las medallas de los asociados fueran dotadas con una cinta de color para que fuesen pendientes del cuello. En 1888 se acordó celebrar, ese año y en lo sucesivo, procesión de adultos a las 9 de la noche, para retirar del altar de la calle la imagen del Santo y depositarla en la casa del primer Mayoral hasta el año siguiente; que se contratasen dos bandas de música para que amenizasen la calle durante dos noches, colocándolas en diferentes puntos de aquella a fin de que pudiesen disfrutar de sus acordes todos los vecinos y últimamente que se repartiesen entre los ASOCIADOS bizcochos, cuya costumbre había estado suspendida por espacio de algunos años por epidemias y guerras.


La nota de más carácter de esta tierna e infantil fiesta era la costumbre inmemorial de repartir a todos los Asociados que asistían a la procesión unos pequeños cucuruchos de variados confites, y que les eran entregados al tiempo de devolver la pequeña vela de cera que cada uno de ellos había llevado en la mano durante la procesión. Ésta, como es sabido, formaba y forma un tono abigarrado y especialísimo, por cuanto la mayor parte de los niños que a ella asisten, no pudiendo andar por su pie, van llevados en brazos o de la mano por sus madres, hermanos u otros parientes, dando a la procesión un aspecto poco visto y muy original.


Nuestra Asociación posee la imagen de San Vicente colocada en el precioso retablo del altar dedicado al Santo en la iglesia de San Agustín, cuyo conjunto, retablo e imagen, fue obra del prestigioso escultor don José Justo (hermano del que fue muy querido párroco reverendo don Antonio Justo), costeado en su totalidad por la Fiesta de los Niños de la calle de San Vicente e inaugurado con toda solemnidad el 3 de junio de 1950.


También posee esta Asociación otra imagen de San Vicente, obra del prestigioso escultor Vergara, que anualmente se instalaba en el templete que se levantaba en la calle de En Sanz, y desde tiempo más reciente, en la placeta que forma la Calle de San Vicente en sus números 26 y 28, y que una vez finalizada la fiesta se custodia en la casa del Clavario o Clavariesa del ejercicio.


Especial mención merece la monumental imagen y anda del Santo que preside nuestra procesión anual, cuya belleza y valor artístico puede contemplarse al paso de dicha procesión; esta imagen y anda fueron inauguradas en el año 1951 y fue obra de los magníficos escultores religiosos señores Royo y Rabasa.


Y, por último, poseemos la imagen de San Vicente Niño, que abre la procesión anual, construida en el año 1899, en actitud de enseñar a los niños de su edad la doctrina cristiana; el anda, construida en la misma fecha, posee dos barras, figurando una larga trompeta y un báculo, diseñados, imagen y anda, según boceto del distinguido artista don Federico Rubert, que a la sazón ostentaba el cargo de Presidente de nuestra Asociación, siendo imagen y anda obra del prestigioso escultor, tallista y dorador don José Romero Tena. En su inauguración llamó mucho la atención por su belleza, y que afortunadamente todavía se puede contemplar en las procesiones anuales.

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