SAN VICENTE FERRER

En la ciudad de Valencia, y en la actual calle del Mar, donde se encuentra el Pouet, nació San Vicente Ferrer el 23 de enero de 1.350.

Fueron sus padres D. Guillermo Ferrer, notario de la ciudad y Dña. Constanza Miquel y Revert.

Los maravillosos prodigios que precedieron al nacimiento de este niño predestinado, hicieron que la ciudad misma se sumase a la ceremonia de su bautizo, apadrinándole la noble dama Dña. Ramona D’Encarroz y Villarragut. El cura de San Esteban que le bautizó, decidió que se llamase Vicente en memoria del Santo ilustre cuyo triunfo se celebra en aquellos días.

Desde sus más tiernos años trazó su vida de acuerdo a la perfección cristiana. Unía a su acendrada piedad una gran capacidad para el estudio. De sus cortos años datan las dos devociones predilectas de toda su vida: a la Pasión de Cristo y a la Santísima Virgen, a quien saludaba varias veces al día con el Ave María, que luego introduciría en sus sermones, costumbre que se ha generalizado en muchas iglesias.

A los nueve años ya era conocido en Valencia por sus prodigios. Se cuenta que resucitó a un muerto, condiscípulo suyo, a quien sus padres lloraban desconsolados, con solo tomarle de la mano y decirle: “No seas perezoso. Vamos a la escuela”. Curó una úlcera maligna con solo poner las manos sobre ella.

A los diecisiete años vistió el hábito blanco y negro en el Real Convento de Santo Domingo, hoy destinado a Capitanía General, cuyos solares fueron cedidos a los Dominicos por el Rey Don Jaime después de la conquista de Valencia.

En el noviciado, el fervor y la santidad de Vicente sobrepujó los más felices augurios. Sus progresos en las disciplinas filosóficas fueron tan notorios, que a los dos años es enviado a Lérida como maestro de Lógica. de allí pasa al Estudio General que la Orden tenía en Barcelona donde cursa las teológicas y escrituristicas. Sus futuros sermones permitirán conocer los profundos conocimientos religiosos, históricos y exegéticos del Santo y hasta qué punto aprovechó esta época de preparación para el inmenso trabajo apostólico de su vida.

Terminó sus estudios en la Universidad de Toulouse a los veintiocho años, preparado para las admirables tareas que revelarían la gama esplendorosa de su vida extraordinaria: filósofo, teólogo, jurista, político, predicador, taumaturgo, penitente, santo.

La personalidad del gran dominico valenciano, se muestra al historiador como una figura ingente. Por los grandes acontecimientos que tomó parte, por los gravísimos problemas que dan origen a su misión extraordinaria en una de las épocas más complicada y azarosas de la Historia, por los maravillosos frutos de su presencia y de su tacto, la figura de nuestro Santo, podemos afirmar hipérbole, llena toda una época.

Todas las Españas de entonces fueron teatro de sus correrías evangélicas en las que provoca maravillosas conversiones predicando a los pueblos la necesidad de penitencia y la proximidad del Juicio. A más de Aragón, Cataluña y Mallorca, las dos Castillas, León, Navarra, Vasconia, Murcia y Andalucía registraron su paso y sintieron su benéfica influencia. Traspasó los Pirineos y durante veinte años recorrió en todos los sentidos la Europa Occidental, acreditando su misión de paladín de la doctrina de Cristo y ángel y apóstol de la verdad y la paz.

Asombró al mundo con lo portentoso de sus milagros y reavivó la fe de la Cristiandad. La solución del Cisma de Occidente, que plasmó en el Concilio de Constanza, es en gran parte fruto de sus desvelos.

Entregó su alma a Dios en la ciudad de Vannes (Bretaña francesa) el día cinco de abril de 1.419 a la edad de setenta años.

(Del Manual Vicentino, Devocionario, Preparado por el P. Isidro Diez